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Mi primer amor: The Big Apple

Desde que tengo memoria, visitar New York era uno de mis grandes sueños; la Gran Manzana había sido el escenario de mis sueños más grandes.  Cuando inició ese amor, no lo recuerdo, sé que siempre me encantaron las películas y la mística que envolvían esta ciudad vibrante y llena de posibilidades; quizás por eso alimentaron mi deseo de explorar cada rincón de sus calles.


New York fue mi premio, mi premio a una lucha que llevé por unos meses y al logro de mi carrera académica; irónicamente entendí que Dios, el Universo y mi decreto, habían sellado aquellas palabras que una vez, sólo una vez pronuncié y que fueron “que cuando me graduara en Derecho mi premio iba a ser la Big Apple”.


Nuestro viaje comenzó con una sensación de emoción y anticipación indescriptible. Creo que inclusive subestimé lo vibrante, ruidosa e iluminada que es la ciudad; porque nada se compara con llegar a la ciudad de noche y ver esa cantidad de luces en tus ojos. Estoy convencida que lo que vi y veía en las películas no era más que pura fantasía porque la realidad la superaba.


Al llegar a la ciudad, sentí que mis sueños se hicieron realidad. El bullicio de la gente, los rascacielos que se alzaban hacia el cielo y la energía palpable en el aire crearon una atmósfera mágica que nos envolvió desde el primer momento. Quizás de entrada lo que nos envolvió inmediatamente sin duda fue el frío y apenas estábamos a 13 grados ja,ja,ja.


El viaje decidí hacerlo en compañía de mi prima “Fany”. Cuando le planteé que fuéramos fue una respuesta contundente de vamos. Así que 6 meses antes iniciamos nuestro plan, donde iríamos, que queríamos visitar. Yo tenía tres objetivos muy puntuales, probablemente me dirán qué básica, pero mi amor por New York nació viendo Breakfast at Tiffany's y por supuesto la favorita Sex and the City (vayan a leer mi artículo "¿Fue un error el Sr. Big?), así que el objetivo era claro: Times Square, Brooklyn Bridge y el Empire State. Para mí eso sería suficiente.


Así fue como el primer día llegamos a Times Square, sus luces brillantes y su constante actividad, realmente no podía creer que lo que durante años habían visto mis ojos en el televisor, lo estuvieran viendo ahí mismo. Espero que de verdad puedan percibir lo mucho que sentía en ese momento. No voy a mentirles, mis ojos se llenaron de lágrimas, era un logro para mí estar ahí sentada contemplando todo, todo lo que imaginé y vi durante años. Y si, básica, que más da, pero para mí eso era “clásico”, New York será lo más top del mundo, así recorra el mundo entero, lo más top.

Mi segundo objetivo: el Empire State Building. Subir a lo más alto y contemplar la ciudad desde esa altura fue una experiencia abrumadora. La vista de los rascacielos, las luces de la ciudad y el río Hudson serpenteando a lo lejos, me dejó sin aliento y cada momento ahí arriba me recordó lo increíble que era estar viviendo ese momento y lo mucho que lo merecía. El puente de Brooklyn es indescriptible, es poderoso, literal me imaginé caminando con aquella emoción como lo hicieron Miranda y Steve en su reconciliación, porque literal en el fondo de mi corazón yo necesitaba reconciliarme conmigo misma después de todo.



La ciudad parecía fluir sin cesar y nos perdimos en las tiendas de la Quinta Avenida, donde los sueños de la moda se volvían tangibles.


Tuvimos nuestro tiempo de compras, antes debimos descubrir como llegábamos a New Jersey, así que nos adentramos en Port Authority, donde todo convulsiona tan veloz, todos saben hacia donde caminar. Así que, en nuestro segundo día en esa estación, fue más sencillo.


Pero más allá de los lugares icónicos, lo que hizo que este viaje fuera realmente especial fue la oportunidad de compartirlo con Fany, y lo hice con la persona correcta, en el momento correcto porque así Dios lo hizo posible. Ahí fue cuando entendí las otras veces en que se plantearon oportunidades de ir y Dios me dijo NO, porque al regresar a la casa, llevé conmigo no solo recuerdos increíbles, sino también una sensación renovada de gratitud y aprecio por las experiencias que la vida nos brinda y debía de ser con alguien que estuviera para siempre en mi vida.


New York no sólo cumplió mis sueños; también me enseñó la importancia de vivir cada momento al máximo y de compartir esas experiencias con las personas que más queremos. Mi viaje a la Gran Manzana fue más que un simple viaje; fue una lección de vida que nunca olvidaré y que estoy segura que Dios me volverá a permitir estar de nuevo explorando de nuevo mi Big Apple, y decretado queda que será pronto, estoy segura.


Luego les cuento de mi segundo gran amor y mi primer amor a “primera visita”: San Francisco. Nos vemos en la próxima, allá por la costa Oeste de mi muy amada Estados Unidos.

 

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