¡Me encantan los desafíos!

Me encantan los desafíos, pero tengo la pésima manía de no saber decir no, y esto me ha llevado al punto de saturarme con tareas, compromisos, presiones y más presiones. No solo tengo ese manía, hay un excesivo empeño que me impulsa a querer solucionarlo todo, a hacerlo muy bien y además muy rápido, como si estuviera en una competencia por ser la más eficiente. Lo sé, es algo ridículo y creo que algún día me van a llamar de la Asociación de mujeres Intensas, para decirme que me gané una medalla de oro. A veces me apasiono con ciertas actividades y les dedico muchas horas, hablo de ellas hasta agotar todas las palabras. Soy de las que no se queda tranquila hasta que el resultado sea del agrado de mi exigente ego o roce tímidamente con la perfección. Al final lo divertido se termina convirtiendo en trabajo, como si no tuviera derecho a relajarme o a ser "promedio". Un día, por conveniencia o por esmero, me convertí en la indicada para ejecutar proyectos de grande, mediana y pequeña importancia, asumí todas esas responsabilidades como si no tuviera nada más que hacer en la vida que trabajar, como si fuera la versión humana de la mujer maravilla. Hasta que un día dejé de ser la indicada, un día entendí, que más bien fui muy cobarde y me había cargado de tantas responsabilidades que ahora sentía demasiado peso sobre mis hombros. Y si, acepto que la culpa es mía y de mi voluntad incapaz de negarme a los retos. Por eso cuando un día vi que mis días estaban tan llenos de los sueños y metas de otros, que ya no quedaba tiempo para mí misma, entonces entendí que debía parar. Amo mi blog porque es el proyecto que surgió de las cenizas de mis historias cenicientas de mi corazón. Pero también se ha visto afectado por mi cansancio porque me he sentido presionada y la inspiración no me fluye como quisiera. Confieso que en ocasiones extraño aquellas esas épocas en donde solo escribía para mí, donde no me inquietaban los excesos de comas o las palabras inventadas, donde todo eran emociones sin corrección de estilo. En días pasados, en medio de una conversación con alguien que bien podría ser mi yo del futuro, la voz de la experiencia. Este persona me dejó en la cabeza ciertas palabras inquietantes, filosas como cuchillos y que lentamente fueron transformándose en preguntas ¿Para qué trabajar tanto? ¿Para qué desgastarse?, ¿Para qué tanto acelere? ¿Por qué molestarse en complacer a otros?
Y luego concluí, que era necesario realizar una pausa y que debía dejarlo claro, sin derecho a interpretaciones. Así que me coloqué en la frente un letrero brillante y escandaloso con el famoso texto de “No molestar”. Por mi salud física y mental, aunque en un 90% algunos tomaron la decisión por mi, tomé la decisión de soltar algunas tareas. Me aburrí de la gente con visión de rayos X para ver los errores de los demás pero incapaz de ver sus propias faltas, me aburrí de la gente con egos gigantes y diminuto sentido del humor, de la gente que habla mucho y no hace nada. Pero sobre todo me cansé de mi misma, por echarles la culpa a los otros, cuando he sido yo la que percibe todo desde el cristal de las emociones. Me cansé y nadie puede, ni tiene que reprocharme por ello. El revelar mi situación no me hace una mujer débil sino muy real. Y siento que ya es momento que reciba ese precioso regalo llamado tiempo, que será utilizado para respirar, para meditar, para dormir, para leer, para hacer lo que hace rato no hago, como por ejemplo: saborear las cosas despacio. Tiempo para reconciliarme conmigo misma, para decir en voz alta “No voy a hacer absolutamente nada y me siento muy bien por ello”.