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Estúpidas mariposas


Estúpidas mariposas, me dan ganas de vomitar. Hace mucho tiempo que no las sentía, hasta se me había olvidado que existían. No sé por qué se deciden a aparecer ahora, como si fuera tan fácil lidiar con su revoloteo. La última vez, ella tomaron solitas la decisión la decisión de irse, lo hicieron sin consultar, sin advertir y yo no hice nada más que aceptar su partida, no me parece justo que regresen así, cuando se les da su regalada gana, sólo para enredarme más el estómago. Ya no sé cómo controlarlas. Ni siquiera sé cómo sentirlas. Por eso es que tengo ganas de vomitar. Lo peor es que ahora las siento más grandes, como si hubieran crecido conmigo, pero lejos de mí. Las mariposas de los quince eran más inocentes, más suaves. Estas mariposas de los treinta son más duras, más fuertes, más implacables. Es como si me perforarán por dentro, como si en lugar de tener lindas alitas tuvieran puños de boxeador. Tengo ganas de decirles que son más tontas, pero eso es mentira. Por eso es que tengo ganas de vomitar. Sí, a veces las extrañaba, sobre todo en las noches que es cuando más se extraña todo. Las recordaba con mucha nostalgia, pero poco a poco las fui olvidando, se me olvidó cómo era convivir con ellas, haciendo cosquillas en momentos menos esperados, hasta que un martes las sentí revoloteando de nuevo. Abrí los ojos y no supe qué hacer, no estaba segura de si habían vuelto. Los cerré en un intento por conciliar el sueño y traté de ignorarlas, pero el intento fue en vano: no pude porque ahí estaban, no era un invento mío. Las sentí junto con mi mano caliente, mientras acariciaba mi estómago en el frío de la madrugada. Las sentí de nuevo, volvieron con él. Y ahí siguen, cochinas, tontas y estúpidas mariposas. Volvieron como si hubieran sabido cuánta, cuánta falta me hacían.


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